domingo, junio 05, 2016

Ayer nos volvimos a polarizar

los míos
Dos llamadas, una la hemos hecho a  Fer para decirle  que estaban  operando a Serena otra vez, un accidente, y XY acaba decir las dos veces  que ayer llegué a las 4 con 65 años. Yo estuve muy fluido, el  otro vasco nada. Pedía las cervezas sin haberlas terminado. Estate  tranquilo que las  camareras no se  van  a escapar, y además si les pides más cervezas siempre te las traen, ¿no ves que a ellos les  interesa? Un razonamiento impecable, pues nada. “¡Otras dos!” “No hagáis caso,  solo   cuando nos las hayamos bebido”. Estábamos en mi feudo absoluto: Los Reunidos. Vamos a beber de manera sucesiva y no simultánea que además es imposible, porque a la fuerza también tendría que ser diacrónica y no sincrónica. Salvo que vayas a Magaluf (Mallorca) con  los holligans salvajes, y te apliquen dos chorros simultáneamente  a la boca.
Mi procedencia: el Caucaso
Viene mi hermano, con su insignia de 25 años de abogado. Sintomáticamente yo carezco de ella. Ni fui,  ni la pedí, cuando me gustaba llevar pins. Virgil (40 años de Virtud para con el débil e intrahistorias conexas) debió hacer un ejercicio de vanidad enfermizo, citaba a gente pero para   hablar de él. El hombre Atocha.  Aquel suceso circunstancial y resultante de una confusión, lo han convertido  parece en  la batalla de las Ardenas o Guadalcanal. Es también la mayor gloria de la abogacía española. La hipostasis de la abogacía y el comunismo tierno. Nadie se ha fijado en ello. Es alucinante esta epopeya que a los canaritos les deja sin respiración -lo he visto-, como vasco produce carcajadas, y las diferencias que hay entre madrileños, y me dicen  canarito porque yo nací … y vascongados.
Pero seguimos en Los Reunidos, el vasco va y tira un vaso de cerveza, que cae sobre mí y sobre su iphone 6 de mil euros. Mi hermano la aplica  unas servilletas secantes y el iphone y se salva.
Pero antes me enseña unos guasp y en uno leo  “CUADRILLA”. “No puede  ser, puto vascongado”; “Cómo  qué  no, mírales: Fulano , mengano, el otro y  éste está casado con una Lizundia, que es de Abadiño como tu abuelo, y seguro que sois  pariente, Cuando esté con  ella te voy a llamar para que habléis. "Cuadrilla" en el selfie le saludan puño alto. Me empieza a recitar sus apellidos vascongados. Tienes uno  dudoso, yo no, y tengo más, le corrijo.
El ve “Arriba y abajo” o algo así, lo del cocinero vasco que casa con una sevillana y el otro día vi que decía antes de la boda: Eres lo que más quiero…pero después de la cuadrilla
-Yo no tengo cuadrilla- le digo
-Tú sí tienes
- ¿Me vas a decir si tengo o no? Algunos murieron y del resto me separé, yo no tengo tratos.  Ahora hay dos que han contactado y ni les he contestado. Ha pasado mucho tiempo. Aquello lo conozco y me aburre mortalmente todo.
-Tú tienes cuadrilla, siempre se tiene.
-Por eso no veo jamás a nadie
-Me he vuelto  un viejo verde- me  confiesa.
-Ya se te nota, sino serías un anormal y un enfermo- Pienso en mi hermano que aborrece a las tías buenas jóvenes.
La  pasarela de la  Noria  estaba  realmente  espectacular,  incesante, ascendente  chispeante, acariciante, anatómico-forense, crujiente.
Son más de la tres, a la salida  en parking de debajo del puente de mi íntimo Ahmed, el  Ait-baamran, pero estaba hoy Omar, saharaui  tekna  del  sur de  Marruecos, como todo el mundo  sabe menos los ignorante amigos  del Sáhara los tekna con saharauis marroquíes. Se llama Omar, me da la mano como si le hubiera salvado la vida. Le doy dos euros, gracias, gracias. Menos gracias,  que me tienes que devolver un dólar.
Pero ahora es de madrugada y enfrente está el coche de la policía municipal. Y debajo del puente una hilera de lucecitas verdes taxistas, que hacían un bocadillo. Ellos y la municipalidad, como si fueran  a comisión.  Me pongo en el lugar de Lenin: ¿Qué hacer? Me acojono o  juego a la ruleta rusa. Me paro  delante de ellos a maniobrar con el móvil, para darles  a entender  que tengo la  concentración  y atención despierta o que estoy de servicio (con pantalones cortos, mi nuevo uniforme de navegante).   Miro al vasco por si viene  dando  tumbos. Parece que no,  pese  a que  está borracho. “Entra bien en el  coche”, le  urjo. Dudo entre meterme por debajo del puente y dejarles a babor, -o pasar cerca de ellos. Es más convincente. Me miran pero yo les ignoro.


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