jueves, agosto 14, 2014

El arte de no saludar

 
Nada más bajar del tren en el pueblo de veraneo (metro + tren), la madre y hermana mayor de un amigo. Llevo gafas de sol para sentirme en penumbra generalizada y con  visión general muy menguada (visión ultravioleta nocturna).
Hostias, me han visto, si han pasado 500 años y hemos llevado una vida muy disipada para ser reconocidos, y oigo “se parece”. Claro, pienso para mí, como que soy yo mismo. Esquivadas. Mi idea es hacerlo con todos. 
Entramos en un bar,  gafas de sol, parece que es la madrugada sin luna en el centro de la Selva Negra y oigo  al dueño: hombre, si estás como siempre. Qué descaro.
Al salir dos cuadrillas del pueblo abrevando, me hago pasar por extranjero con curiosidad por los techos, de reojo veo caras conocidas mirándome, pero sigo absorto en los inexistentes frescos que adornan el techo.
Vamos al puerto y es un no parar, no puedo entra en un bar, me vienen a saludar varios después de llevar sin ir en agosto 13 años. Me sincero con una, con gafas trato de ilusionarme de que ni veo ni me ven.  Tú eres demasiado conocido, me responde.
Saludo a un  amigo de la cuadrilla de  verano. Ha tenido cuatro parejas duraderas, y me habla con desdén del sacramento matrimonial de otros amigos. Ha estado 6 meses en Argentina y forma parte de esa modalidad vascongada que -absolutamente integrado en lo más genuino  de la sociedad vasca, en su núcleo de valores, costumbres, sociabilidad  carismáticos-  se creen que, porque hagan viajes con  diez o doce gramos de  vibración antropológica,  un puñado de condición de viajero versus turista, una cuchara de aventura, una loncha de hipismo, ya  mantienen distancias con el entorno  y lo ordinario vasco. No conozco ninguna genuinidad vasca, porque quienes  así se creen  lo son para devolverlo allí de donde se han ido un rato y ser  valorados, o buscarse una distinción entre los ordinarios, normativos, tradicionales muy clásicos.
Y he seguido sin saludar. ¿Qué busco? Lejanía, ajenidad, qué aburrimiento. Ahora como me pare -quiero decir me paren-,  me pongo encantador, hasta yo lo percibo.
Hemos quedado dentro de unas horas con Nuestro Amado Líder en Castro Urdiales. Vimos el nuevo San Mamés, mi pueblo refulge, poca gente, se están levantando las Txoznas, las terrazas invaden las aceras con techos de color azul Bilbao.
Getxo está tranquilo aunque acabo de tener un enfrentamiento con una  camarera obviamente vascongada. Tenía problemas  de electricidad y no me cobraba, y encima cabreada.
Le he tenido que  decir: o vas  a cambiar al lado, o  me invitas o haberme dicho de entrada que no ibas a tener 0,70 para devolverme. Dos veces. Voy, voy, voy, voy… fuera de sí. Como yo también soy local: ya-ya-ya-ya-ya-ya-ya-ya… que casi lo culmino -porque así empieza-  con un irrintzi, ese grito ancestral Baskisch.    

1 comentario:

Anónimo dijo...

jajaajajaj

es usted tremendo
salu2
EDH